jueves, 12 de noviembre de 2009

Vida de infancia

Vida de infancia

Podés empezar como quieras? Cómo quiera? Sí, si, como vos quieras. Es más, podés hacer lo que quieras. Aquí no hay reglas. No hay parámetros. No hay topes. No hay censuras, críticas, reprimendas. Podés contar tu historia como vos quieras. Porque es tu historia. Es tu vida.

Qué difícil entender que se puede hacer lo que uno quiera sin limitaciones y sin culpas. Y sin riesgos.

Quinto grado. Comedor escolar. En la mitad del almuerzo a Juana le acercan una carta. Estaba escrita con letra chiquita y en lapicera pluma con algunos manchones y algunas palabras tachadas. Tal vez el autor se iba arrepintiendo y cambiaba de idea mientras la escribía. Sólo una niña, diez años de edad. Llena de vida, pura luz, derroche de inocencia, tal vez un poco más de ingenuidad. Todos los sueños por cumplir sin siquiera darse cuenta. Juana era Juanita en su casa y Juani en la escuela. Tenía esa carta entre sus manos y ni siquiera sabía que hacer con ella. Se sonreía y hasta le salía una risita de nervios. Qué se suponía que tenía que hacer. Responderle? La tomaba de sorpresa. No se lo esperaba. La carta se la había dado una de las nenas del “B”como le decían a la otra división porque ella era del “A”. La carta se la había escrito Pancho que era del “B”. Pancho no era cualquier chico. Era el más revoltoso de la escuela; el que todas las maestras retaban porque siempre hacía travesuras e impulsaba a sus compañeros varones a seguirlo. Pancho era algo así como el líder del “B”. Esa clase de líderes que a Juani le trasmitían rechazo porque según ella “se portaba muy mal”. Hasta llegaba a avergonzarla que él se fijara en ella. Sí, le daba vergüenza. Ella que era tan juiciosa para sus diez años ―como le decía la abuela―. Justo Pancho le enviaba una carta de amor. No era una carta cualquiera: le pedía ser la novia. Qué iba a responderle? La verdad, no estaba entre sus planes. Lo consultó con sus amigas y entre secretos y risas decidió contestarle que ella no lo conocía y que para ser la novia tenía que conocerlo bien. Con esa madurez se tomó el asunto así es que escribió la carta la dobló en forma de sobre, del lado de afuera escribió Pancho y al otro día en el comedor se la entregó a la misma chica que le había dado la propuesta de Pancho. Juani quiso mirar de reojo la cara que ponía Pancho mientras leía la carta pero no pudo ver toda la secuencia ya que tenía que hacerlo muy disimuladamente.

Pancho tomó rápidamente la carta, se encorvó un poquito y tomó en sus manos la hoja de carpeta por lo bajo. La leyó junto con un amigo; algunas frases en voz baja, otras para a dentro. Se sonreía y se ponía serio. Finalmente la terminó e hizo como si no le importara, siguió jugando y haciendo chistes con sus compañeros de la mesa como si nada hubiera sucedido. Pancho era muy orgulloso. Su ego infantil no aparentó ni un matiz de ruptura.

Juani sólo alcanzó a ver un instante en el que él leía la carta con su amigo y la próxima vez que lo miró fue mientras él jugaba a las escondidas con sus amigos del comedor. Menos mal, ya estaba superado el asunto.

Sexto grado. Salida del colegio: revuelo de guardapolvos blancos. Juani se fue para el lado contrario del de sus amigas y empezó a caminar sola. De pronto, le tocan el hombro. Cuando se da vuelta está Fabiana una chica del “B”: “Dice Pancho si querés ser la novia”. Juana se sonrió y miró

para abajo. “Decile que sí” Se dio vuelta rápido y caminó en dirección a al casa de su padre. Cuando llegó, se encerró en el baño con el teléfono inalámbrico llamó a su amiga Karina para contarle lo que le había pasado. Ella reaccionó con enojo: “Y qué le vas a decir?” le preguntó su amiga. “Que no”, mintió Juanita.

Día 7 de junio

Hoy a la salida Pancho me dijo si quería ser la novia. Yo le dije que sí.

Al otro día, en el recreo, se enteraron sus amigas, entre ellas Karina que se enojó muchísimo por el doble discurso de Juani, los amigos de él. Pero a Juani no le importó. A ella ahora lo unico que le interesaba era que era la novia, sí, la novia de Pancho Pul.

Pancho Pul era el chico más “liero” de la escuela pero también el más demostrativo, el más cariñoso. Su mejor amigo y las dos mejores amigas de ella se reunieron en el segundo recreo e hicieron un simulacro de casamiento en el que los enfrentaban y les preguntaban si se aceptaban como novios. ¡Qué vergüenza tenía Juanita! Pero qué felicidad experimentaba al sentirse cortejada. Pancho sonreía y demostraba ser muy ocurrente y extrovertido. Los amigos de ambos aprovechaban, total ellos no eran los implicados. Y seguían con las ceremonias, historias y propuestas.

Día 8 de junio

Día de las Malvinas. Fui al colegio y me puse mi jogging nuevo…

PANCHO

Ya todo el grado de Juanita sabía que era la novia de Pancho y de a poco se fueron acostumbrado a la idea. También las maestras y hasta los padres en la casa.

En un recreo largo, María, la mejor amiga de Juani arregló con Federico, el mejor amigo de Pancho que los cuatro se encontrarían en la salita que quedaba al costado del comedor. Era una sala de aproximadamente dos metros por dos. Oscura, sólo entraba un halo de luz por un ventilete cerrado porque hacía frío, era pleno invierno. Juanita bajó hasta allí con las orejeras de peluche violeta, la campera de corderito y casi a los empujones con su amiga María. Pancho y Federico ya estaban allí. El plan era darse el primer beso. Todo lo arreglaron entre los dos amigos de ambos. Le

dijeron a Pancho “dale un beso a Juanita”. Ella cerró los ojos y él se lo dio rápido. Fue como si el tiempo se detuviera en ese preciso instante. Juanita sintió un escalofrío que le atravesó el cuerpo de los pies a la cabeza y un fuego que le incendiaba la cara. De repente sintió la presencia insoportable de las orejeras, la campera con corderito, todo estaba de más. La cara se le había tornado colorada. Se reían nerviosos. Ella miró para abajo. Los amigos le dijeron “Ahora vos dale uno a él”. Ella prefirió dárselo rápido antes de que la envolviera la timidez. La sonrisa y entusiasmo de Pancho fueron inmediatamente visibles. Sonó el timbre. Salieron corriendo antes de que alguien los descubriera en aquel lugar prohibido.

Día 14 de junio

Hoy fui al colegio

Amo a Pancho y lo quiero con toda mi re-alma…

Juanita no lo podía creer. Se sentía más grande, más importante. Había tenido su primer beso. Su primer beso con su novio. Qué feliz se sentía. Con el paso del tiempo se iba enamorando más de él.

Día 23 de junio

Hoy es un día muy alegre para mí les voy a contar porque:

¡ME LLAMÓ PANCHO!

Hablamos un tocazo e todo y me sentí re- bien me contó de todo y yo lo mismo de todo de nosotros

Un beso feliz: Juana

Compartían juegos, recreos, conversaciones, charlas por teléfono, cartas, regalos. Un día Pancho la invitó a almorzar a su casa para que su mamá la conociera. Pero Juana inventó una excusa para no ir porque le dio vergüenza. Alguna que otra vez alguien se metió en el medio y por un mal entendido se pelearon. Muchas veces era porque Pancho le daba celos con Irene una compañera de él que físicamente se parecía mucho a Juana. Pero esta vez, Pancho la esperó en la vereda de enfrente de la parada del colectivo con una rosa en la mano y una carta de amor. Todo se arregló. Pancho estaba acompañado por un amigo. Pancho era así se sentía más seguro con alguno de sus amigos, siempre con algún intermediario. Juanita era muy tímida cuando había otras personas pero cuando hablaban por teléfono le abría más su corazón. También en las cartas que le escribía y sobre todo se confiaba con el diario íntimo.

Día 30 de junio

Me peleé con Pancho y los dos nos pusimos a llorar, pero después nos arreglamos y el me regaló una rosa ¡Es un amor!

Juani.

Día 3 de julio

Me desperté. Hoy hace un mes que soy la novia de Pancho.

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Día 5 de julio

Juana y

Pancho

Como Juanita estaba bastante tiempo con Pancho, él se hizo muy amigo de las amigas de Juani.

Día 10 de julio

Fui a ver Aladín. Es una película re linda y después fui al Alto Palermo con María y

Pancho

Día 20 de julio

Según la madre: ¡Pancho vuelve de San Pedro! Hoy llamé a Pancho pero al final vuelve mañana a las 17.30 hs o a las 18 hs. Ahora me voy a catecismo.

Día 21 de julio

Llamé (yo) a Pancho y no pude hablar mucho porque la madre le dijo que cortara.

Ella era un poco celosa y él todavía más. Siempre sospechaba que ella gustaba de un chico del “A”. Por ese motivo, una vez se enojó y se pelearon. Se mandaron a decir por sus amigos que terminaban y dejaron de salir. Juani sufrió mucho porque ella ya estaba enamorada de él y tenía que verlo todos los días en la escuela. El seguía hablando con sus amigas y demostraba que no le importaba lo que estaba ocurriendo. En los recreos él corría por los pasillos y seguía su vida normal. Continuaba la relación con sus amigas, hasta podía estar en los mismos grupos en los que ella estaba. Ella se sentía dolida pero con corazón maternal de niña lo disculpaba.

Una mañana faltó la maestra del “A”, entonces tuvieron que compartir la clase de Ajedrez en el salón del “B” las dos divisiones juntas. El grupo de amigas y amigos de Pancho no jugaba partidos y la invitaron a Juani a unirse a un juego. Era el clásico “Verdad y Consecuencia”. Consistía en elegir la opción “Verdad” que significaba que la que dirigía te hacía una pregunta y tenías que responder la verdad. “Consecuencia” implicaba cumplir una especie de prenda. Josefina dirigía al grupo. Le tocó a Juani que eligió “Verdad” por miedo a la famosa prenda. La pregunta fue: Volverías a ser la novia de Pancho? Juanita respondió que no sabía. Cuando le tocó a Pancho le hicieron la misma pregunta a la que respondió que tampoco sabía. La proxima pauta fue “Dense un piquito” y así fue. Terminó la hora y mientras Juani formaba en la fila para salir, las compañeras de Pancho le dijeron “Mirá como quedó Pancho luego del beso que le diste”Cuando Juani se dio vuelta Pancho estaba tirado en el piso haciéndose el desmayado. A Juanita le pareció un gesto de lo más audaz y tierno. Nunca se lo dijo. Desde ese día de septiembre volvieron a ser novios y se dieron cuenta que se habían peleado por pavadas pero más que nada por culpa de la amigas de Juana. En especial por culpa de Karina que en el trascurso que no fueron novios intentó ella ponerse de novia con él. Juana entendió por qué se había ofendido tanto por su “doble discurso”. Pero ahora todo aquello había quedado atrás y a Juana lo unico que le importaba era que Pancho era su novio nuevamente, que le escribía cartas de amor, grababa las bandejita de alumno del comedor con corazones y los nombres de los dos, le dedicaba las canciones de Tanguito y con las melodías de “El amor es más fuerte” y “El amor después del amor” de Fito Paez el amor entre los dos niños crecía.

Hasta que un medio día todo se derrumbó. Un corte involuntario partió la historia en dos. Nada volvió a ser igual. Ese mediodía Juani no se quedó al comedor porque tenía que ir al dentista. Cuando regresó justo para empezar el turno tarde, sus amigas, entre ellas Karina, le dijeron que Pancho no quería ser más el novio de ella.

Juanita sintió que se le venía el mundo abajo y no entendía a qué se debía la decisión de Pancho. Se largó a llorar terriblemente hasta el punto de tener que pedirle permiso a la maestra para ir al baño. Esa tarde al finalizar el día las maestras como siempre, hicieron formar a los dos grados

juntos y Pancho entre juegos y risas con sus amigos esquivó a Juanita y notoriamente se fue al final de la fila. Juanita entendió que ni siquiera quería verla. ¡Cómo lloró al llegar a su casa! Se tiró en la cama y no encontró consuelo. Realmente estaba muy triste. Y así terminó el año. Esquivando la cercanía de Pancho y Pancho la de ella. Era tal la tristeza que Juanita pensó en cambiarse de colegio y terminar el primario en su escuela anterior. Al final no fue posible.

Séptimo grado. Juanita y Pancho seguían en la misma escuela. Los encuentros y desencuentros continuaban. Juanita tenía que disimular todo el tiempo y hacer de cuenta que Pancho ya no le interesaba. Sin embargo cuando estaba sola en su casa pensaba mucho en él, le escribía cartas y hasta tenía diálogos y encuentros imaginarios con él. Realmente no había superado esa ruptura. Nunca entendió a qué se debía. Mientras tanto sus amigas seguían siendo las amigas de él y él estaba mucho con aquélla Irene que hacía hervir de celos a Juani. Compartían actos de l colegio, cumpleaños, asaltos, hasta el juego del semáforo y la botellita. Juanita tenía que inventar algo para olvidarlo y al mismo tiempo para disimular que ella seguía enamorada de Pancho entonces dijo que le gustaba Emiliano. Le hicieron gancho con Emiliano (hasta Pancho colaboró en el asunto) y en el viaje de egresados se puso de novia con él. Emiliano no le gustaba. Era feo para ella, era bruto, descuidado, mal alumno, torpe, hasta sucio. Ni ella entendía por qué había inventado eso y luego no sabía cómo salir de ese brete. Menos mal que nadie los forzó a que se dieran un beso y que la relación no duró más que dos días del viaje de egresados. Una vez en Buenos Aires, todo se terminó. Menos mal. Ella seguía teniendo noticias de Pancho por los amigos en común y lógico, le seguía interesando. Le seguía gustando. Lo seguía queriendo.

El verano terminó y Juana empezó el colegio en otro barrio, más cerca de la casa de su madre. No volvió a a ver a los chicos del primario. A ninguno. Nunca más se vinculó con ellos. Tenía recuerdos muy dolorosos dentro de los cuales no quería hurgar. Así es como decidió encarar una nueva vida en un nuevo barrio, una nueva escuela, con viejos conocidos y un mundo por delante por conocer. Pancho había pasado a ser sólo un recuerdo de la infancia. Nada más. Ya no lo recordaba. Estaba muy entretenida con su nueva vida. Hizo el colegio secundario: primer año, segundo año, tercer año, cuarto año, quinto año.

Quinto año del secundario. Mitad de año. Recibe un llamado inesperado. Era Débora, una compañera del “B” con la que nunca había sido amiga pero con la que siempre se había llevado bien. Le dijo que estaba cambiando los números de la agenda, encontró el de ella y decidió llamarla para ver como estaba y si se podían encontrar.

Un domingo Juana fue a la casa de Débora. Las dos chicas se reencontraron después de cinco años y hablaron de todo. Débora se seguía viendo sólo con dos chicos: Jorge y Pancho. Justo Con Pancho.

Débora organizó una salida con Jorge y Pancho. Fueron los cuatro a bailar a una fiesta del colegio de Debi. Se encontraron para ir desde la casa de Debi. Cuando vio a Pancho después de tanto tiempo lo encontró verdaderamente hermoso. Lo que más le gustó era que estaba más alto que ella. Lo encontró físicamente hermoso y más hermosa aun su forma de ser. No se dio cuenta bien cómo terminaron bailando toda la noche juntos. Se sentía realmente cómoda con él. Hablaban

como si nunca hubieran dejado de verse; se reían de las mismas cosas, la atracción era interior y no podía explicarse con palabras porque a Juana el corazón le latía más fuerte y le daba la sensación que se le disolvía hasta unirse al de él. Se sentaron en un parlante para descansar y mientras veían los frasquitos de purpurina de Debi, Juani se lastimó la muñeca con el filo del parlante. Pancho la curó y le hacía chistes para que ella no se desanimara. Eran demasiado jóvenes, tenían diecisiete años. Juana se sentía enamorada.

Después del boliche fueron los cuatro a desayunar. Como Juanita no estaba bien abrigada Pancho prefirió morirse de frío y le prestó su buzo hasta que llegara a la puerta del departamento de su padre. Tener puesto el buzo de él fue una de las sensaciones más lindas de su vida porque representaba un gesto de protección y cariño.

Luego de esa salida, Juani se quedó bastante conforme con Pancho. Se mantuvo en contacto con Debi que organizó una reunión en su casa para mirar una película los cuatro juntos. Otra vez volvió a ver a Pancho y a sentir la misma atracción, las ganas de hablar con él, de estar juntos. Pancho era especial, escondía algo en su corazón diferente al común de los chicos que Juanita conocía. Pancho no pareceía ser de esos chicos que buscan usar a las mujeres, de esos otros que no tienen sentimientos, ni de aquellos insensibles. Pancho destilaba sensibilidad, sentimientos, amor. De hecho, Juani se enteró por Debi que el no quiso darle un beso en el boliche porque la consideraba especial como para agotar todo en un arrebato de ese etilo y además porque él no era esa clase de chicos. Pero Juanita era una de esas adolescentes caprichosas que quieren todo pero que en el fondo no saben lo que quieren; que rechazan aquello que la vida les ofrece para ir en búsqueda de aquello que no vale la pena; de esas que quieren estar en todo y no perderse nada, que abarcan mucho y aprietan poco. A Juanita le gustaba un compañero de curso que había sido su novio un mes y la había dejado. Alguien que no era para ella, que no la merecía que la hacía sufrir y que tampoco la quería. Pancho sí la quería y cuánto.

Una noche, Débora la llamó por teléfono y le contó que en los cinco años del secundario Pancho nunca había dejado de pensar en ella, de extrañarla y de quererla. Que algunas veces había ido hasta la puerta de su casa para ver si la veía, que una vez la encontró por la calle y la había seguido. Sólo porque quería verla, sólo porque seguía enamorado de ella. Cuando se enteró, Juanita no lo podía creer. Estaba realmente desconcertada, tomó su diario y escribió:

“Ni me iba a imaginar que después de tantos años (casi cinco) me iba a enterar de algo tan lindo y feo a la vez. Jamás me imaginé todo lo que pudiste haber sufrido por mi. Yo también sufrí, pero después me olvidé de todo lo triste y me quedó nada más que un lindo recuerdo. Aunque me costó mucho lograr esto. Ni pensaba que vos no lo superaste en todos estos años. Se ve que me quisiste de verdad. Yo también, pero como creí que vos ya no me querías, no tuve otra que intentar olvidarte.

Fue muy raro cuando el otro día…”

Pero Juanita era una adolescente de diecisiete años que estaba atravesando la etapa del viaje y la fiesta de egresados, que seguía a un amor imposible y dejó pasar la oportunidad. Era el

cumpleaños de Juani, Debi, Jorge y Pancho iban a ir a visitarla a la casa. Hubo un desencuentro un tanto misterioso en el que Juani sólo conoció el final y jamás la causa. Esa misma noche abrió la puerta de su casa y descubrió un ramo de rosas de parte de Pancho. No entendió qué fue lo que sucedió, por qué las flores estaban allí y ella no había visto a Pancho. Luego se enteró por Debi que él se había ofendido. A ella le dio miedo llamarlo porque no sabía qué decirle. No se volvieron a ver nunca más. Luego se enteró por Débora que Pancho estaba de novio con una compañera de colegio y a causa de eso se distanció de Debi. Juana Terminó el colegio, ingresó a la universidad, siguió siendo amiga de Debi pero nunca más supo nada de Pancho. Juana se puso de novia con el hermano de una amiga, Debi con el chico de sus sueños. Ambas se distanciaron y no volvieron a estar en contacto.

Siete años después, año 2008, luego de su cumpleaños número 26 Juana “se hace un facebook”. Sus amigos la convencieron: “Es una red social en internet donde te contactás con tus amigos, subís fotos, escribís mensajes, algunos se contactan con sus ex compañeros de colegio…”. Y así fue. Una noche recibió un mail de facebook que le decía que Pancho Pul la solicitaba como amiga. Juana no lo podía creer. Pancho Pul! El ex novio de la primaria con el que había tenido aquélla historia tan misteriosa. Todavía con la sonrisa en la cara hizo doble click sobre la solicitud y lo aceptó. Por supuesto entró al perfil de él para ver cómo estaba. Miró algunas fotos, lo notó más flaco, con el pelo distinto pero como vio que tenía novia no siguió mirando y se distrajo con alguna otra ventana de ese nuevo mundo virtual del facebook. Un día le escribió un mensaje pero como el no se lo contestó lo borró y luego él le contestó. Finalmente, Pancho armó un grupo con otros de los chicos que fueron al mismo primario. Cada vez se fueron sumando más. Hasta que organizó una reunión de reencunetro. Juana aceptó la invitación ¿Ver otra vez a Pancho Pul? Después de diez años? ¿Cómo sería?

Una mañana pensó que debía solucionar varios temas inconclusos en su vida. Se dio cuenta de que tenía algunos nudos interiores que debía desatar. Uno era la historia con Pancho Pul. Iban a verse después de tantos años: De qué hablarían? Cómo sería el trato con él? Harían como si nada hubiera ocurrido? Ella quería aclarar las cosas. No quería ir a la reunión con todos lso compañeros y no saber cómo tratarlo. Tampoco quería hacer de cuenta que nada había sucedido. Entonces le escribió un mensaje. Le pidió disculpas si en algún momento ella lo había hecho sentir mal pero que realmente nunca fue su intención ya que siempre lo apreció. También le dijo que nunca había entendido como todo se había terminado cuando eran chicos pero que quería dejar las cosas en claro ya que iban a volverse a ver. Él le respondió que mucho tiempo después de terminar el primario se enteró que las chicas le habían dicho una cosa a él y otra distinta a ella y que en quinto año no se había animado a decirle que tenía ganas de estar con ella. Que en 2001 le había escrito una carta diciéndole más o menos lo que ella en ese momento le escribía pero como no obtuvo respuesta alguna acabó por pensar que ella estaba dolida o enojada con él. Cuando Juana leyó eso último realmente se sorprendió porque ella nunca había recibido esa carta. Realmente lo lamentó mucho. Se hizo muchas preguntas para las cuales no hayó respuesta. Y acabó por entender que en la vida siempre iba a tener muchas preguntas y que para la mayoría de ellas tal vez nunca encontraría respuesta.

Día sábado unas horas antes de la cita. Juana se está por tomar un colectivo se da vuelta y ve sentado en un cantero un chico que tranquilamente podría ser Pancho en la actualidad. Cuando la ve, mira para otro lado. Tiene unos anteojos de sol grandes y está fumando. Ella se queda paralizada, pasa por al lado, casi se choca, y él le pide perdón. Desde arriba del colectivo vuelve a mirarlo. Piensa que es él, pero no está segura. El reencuentro llegó. Sábado, siete de la tarde, puerta del colegio primario. Fueron llegando esas caras que había dejado de ver por catorce años. Hasta que al final apareció Pancho. Juana sintió que de repente retrocedía en el tiempo y que volvía a ser Juanita. Parecía que le iba a estallar el corazón. Pancho estaba más lindo que nunca. No sabía cómo saludarlo. Él la abrazó. Ella se quedó paralizada. Realmente Pancho le encantaba ¿Cómo podía estar sucediéndole eso? Después de tantos años? Y después de tantos años, ella se miraba la muñeca y todavía veía la cicatriz que se hizo aquella noche en la que estaba sentada en el parlante con él. Evidentemente Pancho era un su vida una cicatriz, algo que no podía borrar, algo que la había marcado. Algo que se mira y se recuerda el dolor pero que una vez superado ya no duele. A veces existe el goce en el dolor. El dolor por amor se convierte en goce, pero eso es algo que a Juana le costó entender. Le costó dolor. Sinceramente ese no fue el reencuentro que Juana hubiera soñado. Apenas se subió al auto, Pancho mencionó que vivía con su novia y la llamó “la patrona”. Juana sintió que el corazón se le partía en mil pedazos. No sólo tenía novia, sino que vivía con ella. Sus esperanzas se desmoronaban rápidamente. Esperanza, eso era algo que Juana no había aprendido a custodiar. Una palabra que hasta ahora no aparecía en su diccionario pero que tenía que incorporar. Tomó aire y trató de vivir la reunión lo mejor que pudo. Trató de soportar las evasivas y hasta agresiones de Pancho y peor aún que esté casi toda la noche sin despegarse de Irene. Fueron a bailar y no bailó con ella, sólo con Irene. Ni la miró ni quiso cantar, ni salir a su lado en ninguna foto. La historia se repetía. Qué se suponía que tenía que hacer? Se sintió muy incómoda. En un momento, el saca de su mochila unos anteojos de sol para posar en una foto. Qué parecidos eran a los del chico de la remera verde! Sintió la intriga y le preguntó si él por la tarde tenía una remera verde. La respuesta de Pancho fue un no rotundo. Ante la cual Juana no supo si creerle o dudar.

Se volvió en taxi con él y otro de los chicos. Se sintió mal al lado de él, incómoda. Como si ninguno de los dos supieran como tratarse. Tan sólo por algunos escasos segundos encontraron la forma, de manera tal que la noche acabó en desilución. Aquéllas espectativas voladoras no se habían alcanzado. Lógico, Juana tenía espectativas que escapaban de la realidad y rallaban en lo imaginario.

Al otro día la tristeza la ahogó. Todos sus sueños se esfumaron. Debería decirle que aún sentía algo por él? En qué momento? Para qué? Darse por vencida? Tenía novia. Vivía con ella. Olvidarlo para siempre? Tal vez era lo mejor para no sufrir. En los pocos momentos que conversó con él sintió que él era para ella. Que tenían los mismos gustos, que podrían charlar horas. La apenaba demasiado sentir esa barrera que los separaba. Quizá una barrera de dudas, miedos, prejuicios y de orgullo. Poco a poco comenzó a resignarse y a entender que esa historia ya había terminado. Que había durado sólo el lapso que duró y que nunca más volverían a estar juntos. Aprendió que a veces en la vida es mejor no preguntarse por qué sino tomar lo que viene como es y seguir

adelante. Así lo decidió. Aceptar que no tenía sentido añorar algo que no había podido ser en su momento y que ya nunca volvería a ser. De todos modos se quedó con los buenos recuerdos de la infancia, aquéllos de la adolescencia y los buenos momentos compartidos ahora, en la juventud y temprana vida adulta. Nada le hacía pensar que el volvería a estar con ella ya que los sueños de su corazón no podían opacar la realidad. Él no la buscaba ni ansiaba verla. Tampoco se daba cuenta que sólo se trataba de tratarla bien. Y aquélla historia de la infancia se quemó como un papel cuando se prende fuego, sin dejar cenizas, tal vez una cicatriz en la muñeca pero con el tiempo también desaparecería. A Juana le costó aceptarlo pero ya todo había llegado a su fin.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Ofelia y su espejito

Ofelia y su espejito

La ví una mañana en la que iba apurada a trabajar. No tenía ni siquiera un espejito. Ofelia poseía tan solo su tupida cabellera de rulos morenos, su coquetería y sus ansias por reinar. Era princesa hacía ya varios años, pero ella quería reinar. Usaba el cabello suelto, sus trajes arrastraban el suelo y su andar era un tanto altanero. No le importaba el qué dirán: planeaba sus próximas actividades en voz alta mientras las personas la miraban casi con indiferencia.

En la ciudad del abandono y el abarrote de almas, Ofelia encontraba la compañía del calorcito del sol y las florcitas silvestres. Sabía que aunque hablara sola, la miraban sólo porque había que mirarla, porque dogmáticamente era algo mal visto, pero en verdad, ya nadie tenía ganas ni de mirarla. Ni de detener su andar agitado para girar sus preocupaciones hacia un alguien o … una princesa. Ella no se quejaba. Ya no le interesaba el desinterés que podía llegar a despertar, aunque igualmente se arreglaba y peinaba frente a las chapitas de la pared. ¿Dónde podría conseguir un espejo en este gran desierto de transparencias? Ella no se daba cuenta que necesitaba un espejo. Simplemente quería ver si sus rulos estaban medianamente en orden.

En su turbulenta mente ella era una princesa del estilo de Cenicienta, con vestidos de seda, zapatitos de cristal. Su cabello era ondulado, rubio. Habitualmente lo usaba recogido con una coronita de diamantes.

Ofelia no sabía que eso no era cierto, por eso era feliz. ¿Era realmente feliz? La gente la miraba y pensaba “Pobre”. Pero ella no era más que una pobre princesa a la espera de su amado príncipe.

Nadie podría condenarla por sus sueños, ella no lo sabía. Ofelia vivía en una gran ciudad sin siquiera saberlo. Aunque tampoco la gente sabía que ella era una princesa de cuentos. Vivían cada uno en sus pequeños mundos, ignorando de sus reales vidas.

Ofelia vivía en la entrada de un local que para ella era la torre más alta de su castillo, en dónde dormía en una cama con baldaquín y mantas de terciopelo bordeaux.

A pesar de ser una “pobre” para el resto, Ofelia era muy rica, su castillo era el más hermoso de la región, era apreciada por todos y siempre le esperaba algo mejor que lo que tenía. Ella era la más afortunada de todos los de la región a pesar de que para los de esta ciudad gris sea “pobre” e ignorada casi como una baldoza floja.

Aunque Ofelia no lo supiera, era pobre a los ojos de los demás ciudadanos. Lo único que ella sabía era que vivía en un castillo de oro y al que pronto podría llamar “mi reino.”

Para el resto del mundo, solo una pobre que se fue. Una mendiga que ya no estorba la entrada de aquel local abandonado.

viernes, 6 de noviembre de 2009

No hay casualidad sino camino

No hay casualidad sino camino

Un congreso de educación física en Pilar. Sonaba tentador. A Rocío le había llegado el mail de invitación para asistir. Primero consultó a un grupo de colegas pero no podían ir. Luego a otros pero tampoco porque asistirán al de Córdoba. Córdoba sonaba mejor pero viajar a Pilar y volver en el día era más sencillo. El tema es que Rocío no quería ir sola. Ninguno de sus conocidos podía asistir y a pesar de tener muchísimas ganas de participar del evento tuvo que contestar el e-mail: “Disculpame, Benjamín pero no voy a poder asistir ya que la mayoría de mis amigos viajan al congreso de Córdoba. Cariños”

Benjamín era uno de los organizadores que le enviaba las comunicaciones y los modos de contratar la combi para el traslado. A los pocos días, Benjamín respondió el mensaje. Le dijo “Venite igual”. Le dijo que muchos iban por su cuenta y luego allá se contactaban con los organizadores y disfrutaban del evento. Que vaya porque iba a ser el único congreso de este tipo en el año. Ella le respondió que haría lo posible pero en su interior estaba resignada. El congreso era el sábado por la mañana. El viernes, en su casa, mientras tipeaba en la computadora le sonó el celular. Era Mariana, una ex compañera de la residencia que no veía hace meses. La llamaba para preguntarle si quería asistir con ella al congreso, que ella iría con dos amigas más. Rocío saltó de alegría en su silla. No podía creerlo. Ya estaba resignada y de repente le cayó del cielo ese llamado. Por supuesto aceptó y quedaron en encontrarse en el punto indicado desde donde saldrían las combis. Cualquier cosa, se hablarían.

Rocío llegó apurada a su casa. Abrió la PC y respondió al último mail de Benjamín, que no había borrado con la esperanza de poder hacer lo que estaba haciendo en ese preciso momento. Le pidió que por favor le reservara un lugar en la combi y una entrada al congreso. Le pidió disculpas por la demora pero sus amigas recién ahora le habían confirmado.

Benjamín le respondió en seguida. Le dijo que no se preocupara y que se quedara tranquila porque había lugar en la combi y también entradas.

Rocío llegó puntual a la plaza Vicente López. Imaginaba encontrarse con una multitud de colegas jóvenes hablando por celular y bordeando un grupo de por lo menos ocho combis. Llegó a la esquina de Juncal y Montevideo y no había nadie. Nadie. Avanzó unos pasos y descubrió un muchacho a quién le preguntó si iba al congreso. Le dijo que no, pero que dónde era porque él estaba esperando a un amigo y podían llegar a ir. Ella le respondió que tendría que haber hecho las reservas y retrocediendo se alejó. Siguió caminando y vio dos combis, se acercó a los choferes y les preguntó si ellos iban al congreso de Pilar. Le respondieron que sí y la invitaron a subir así esperaba sentada. De repente escuchó que saludaban a Benjamín. Ella se lo imaginaba como todos los profesores de educación física que había conocido de una forma similar: grandote, musculoso, con zapatillas y voz ronca. Benjamín resultó ser hermoso. Rubio de ojos verdes, parecido a un actor que a ella le gustaba; encima con camisa celeste de Tomy. Se presentaron y sonrisas de por medio, comenzaron a charlar. Además, resultó ser simpático. Enseguida le presentó a sus amistades con los que Rocío comenzó a charlar. Al poco tiempo, llegaron sus amigas. Se subieron a la combi que les indicaron y emprendieron el viaje. Durante el congreso, Rocío no le dio mucha bolilla. De todos modos, Benjamín estaba trabajando en al organización del evento y cada vez que ella lo miraba de reojo el estaba ocupado. Por lo general, hablando con alguna mujer. Era tan hermoso que todas lo seguían. Él era simpático con todas pero parecía no comprometerse con ninguna. El congreso estuvo fenomenal pero ella no pudo acercarse a Benjamín. Él tampoco lo hizo, pero a Rocío le pareció que él también se sentía atraído por ella, por las actitudes, las miradas. Aunque ninguno de los dos haya hecho nada concreto. Y así transcurrió el evento. Al final Rocío lo vio siempre con la misma mujer. Rocío sospechó podía ser su novia aunque nada pareció indicarlo. Regresaron en combis separadas, al igual que a la ida. Al llegar a su casa se sintió muy enamorada y a pesar de que en el congreso no había podido hablar con él, aprovechó cada una de las ponencias libres y simposios a los que asistió. Tenía su certificado, que fotocopiaría para el próximo concurso así que estaba conforme con lo logrado. Pensó en mandarle un mail de agradecimiento por la organización bien realizada y lo hizo. Él le respondió con entusiasmo y le prometió que la invitaría también al próximo. Ella lo agregó al Messenger para seguir en contacto. Benja la aceptó. A los pocos días chatearon. Por supuesto por iniciativa de Ro. Benjamín no parecía tan entusiasmado con el contacto con ella. Hablando se dieron cuenta que ambos viajarían a Mar del Plata en el fin de semana largo. Él era de allá pero residía en Buenos Aires, donde trabajaba. Los dos asistirían al seminario de especialización del Instituto Superior del Profesorado de Educ. Física "Club Atletico de Quilmes". Se intercambiaron los celulares para encontrarse allá. Además, a los dos les gustaba mucho ir a bailar a Sobremonte y tomar algo en Alem. Como el primer día llovía a cántaros, ella no lo llamó y el pensó lo mismo y por el mismo motivo tampoco la llamó. El domingo, es decir el segundo día, ella le mandó un mensaje de texto al que respondió. Arreglaron la salida para la noche. Se encontrarían el domingo a la noche en Alem a tomar algo y luego irían con él y sus amigos a bailar a Sobremonte. Benjamín se había puesto una chomba verde agua que le hacía juego con los ojos. Al verlo, quedó deslumbrada. Él también quedó deslumbrado; pensó que nunca había visto una mujer más hermosa y que “con esta yo me caso”. En Alem, se sentaron en un bar para hacer “la previa”. Ella tomó Caipirinha, su bebida preferida y él, Fernet, también su predilecta ya que había vivido unos años en Córdoba. De ahí se tomaron un taxi y fueron todos juntos a Sobremonte. En el boliche, primero pasaron música dance y luego disco. Ellos comenzaron a bailar juntos, uno frente al otro y no se soltaron las manos en toda la noche. En un momento él le pidió que la acompañara a la barra a comprar un trago, a dónde fueron también de la mano. Mientras el barman sacudía la coctelera llena de Vodka, azúcar y frutas, él se animó a decirle: “Realmente, Rocío, me parecés hermosa y no quisiera que esta noche quede en la nada. Ella pensó que esa declaración podía ser producto de los efectos del alcohol pero tampoco quería negarse demasiado ya que consideraba que tenía que aprovechar la oportunidad. A lo que respondió “Benjamín, yo…” Él no quiso escuchar como seguía la frase ya que por lo poco que la conocía a Rocío se imaginaba que iba a ser algo complicado. Entonces, se le acercó y le dio un beso. Un beso que ella nunca olvidaría. Un beso que marcó el comienzo de una gran historia de amor.

Terminemoslo

TERMINEMOSLO

En mi colegio secundario, cuando estabas en tercer año tenías que elegir qué orientación querías seguir. Yo elegí “Letras”: tenía un enfoque más humanístico y menos carga horaria de matemática. No tenía ni Físisca, ni Química, ni Contabiliadad. Mis dos mejores amigas eligieron cada una, una orientación distinta. Priorizamos los intereses y el futuro antes que la amistad. Lo cual me parecía bien. No era partidaria de seguir una carrera para estar con mis amigas. Yo estaba decidida en que en la universidad quería estudiar Letras. No tenía mucha idea de qué se trataba pero como me gustaba mucho lengua, literatura, leer, escribir y toda la rama humanística era mi fuerte, tenía esa carrera en mente. Con el tiempo me di cuenta que no era mi carrera o que tal vez si me hubiera agarrado “mejor plantada” la podría haber hecho mejor, con más dedicación y constancia y hubiera llegado más lejos con más confianza y seguridad.

Empecé cuarto año en una nueva división cuarto Cuarta: Letras. La división de los vagos para ser más sincera. Sí, todos los que no sabían que elegir pero que sabían que no querían tener matemáticas se anotaban en Letras. Todos los peores alumnos, es decir los que tenían más problemas de conducta, estaban ahí. Hasta un alumno nuevo que venía de otro colegio. La primera vez que lo ví no me llamó la atención. Al contrario me pareció poco atractivo que siempre usara el mismo equipo deportivo, que fuera tan alto y que se sentara en el rincón con las gordas y no hablara mucho. Después se empezó a juntar con los otros chicos y a portarse mal, también, a ser vago. Se formó un grupo de chicos y chicas muy bueno. Yo también me incluí.. Empezamos a hacer salidas. No me perdía ni una porque me gustaba Ernesto. Me encantaba. Luego me enteré que Ernesto gustaba de una de mis nuevas amigas, Estella. Pasaron unos meses, sufrí y lloré. Porque siempre tenía la ilusión que cambiaría el objetivo y gustara de mí. Pero no fue así. Luego de un tiempo me enteré que Cachito gustaba de mí. A mí no me gustaba Cachito. Era el más revoltoso del grupo. Se la pasaba haciendo bromas de toda la clase. Molestaba a las profesoras, les hacía chistes. Con algunas de ellas se llevaba bien. Yo era el antítesis de él. Siempre tan aplicada, con la tarea hecha, todo estudiado, sabía lo que había que hacer para el otro día. Si me costaba alguna materia iba a profesor particular. La verdad es que Cachito sólo me parecía un buen chico para tener como amigo, un buen compañero, alguien con quien reírme mucho y pasarla bien. Vinieron las vacaciones de invierno y esa noticia pasó. Quedó todo en la nada. Como son las cosas a esa edad, volubles; que se disuelven en el tiempo y el espacio. Que se diseminan y se amalgaman y al otro día todo está bien y nada pasó.

En octubre hubo un cumpleaños de una chica de otra división al que mi mamá no me dejó ir porque era muy tarde. Todos estábamos invitados. Todos los de todas las divisiones. Yo no fui y al lunes siguiente me enteré de algo que me desconcertó. Una amiga de mi curso me dijo que Segundo, aquel chico nuevo con equipo de gimnasia había preguntado por mí. Que había preguntado varias veces por mí. Qué por qué no había ido y demás. Otros dijeron que estaba borracho. Cuando le conté a mis mejores amigas me dijeron “Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”. La verdad es que antes de eso yo no le prestaba mucha atención, pero una vez que me enteré que había preguntado por mí lo empecé a mirar con otros ojos. Y le dije a mi amiga que me gustaba él y “que me hiciera gancho”. Finalmente no sé cómo se enteraron todos los varones, hasta los de otras divisiones. Entonces, se lo hice desmentir.

Luego de un mes se lo conté a un amigo varón y me dijo que me iba a hacer gancho. Una mañana, en el patio, le preguntó si tenía novia; si le gustaba alguien. A estas preguntas obtuvo todas negativas. Después le preguntó qué le parecía fulanita para ver qué decía. Dijo que para él era una compañera y nada más. Le preguntó por mí y dijo que yo le parecía linda, que era su amiga. Ahí quedó todo. Después de algunas aproximaciones tímidas y amistosas que no pasaron más de eso, terminaron las clases y todo en la nada quedó. Hubo una fiesta de egresados de los quintos años. Fui con mis amigas. En la puerta, nos encontramos con mis compañeros y con Segundo! Mi corazón latía cada vez más rápido. Yo estaba muy enamorada de él. Era el más lindo de mi curso. Todas mis amigas gustaban de él y se preguntaban cómo serían sus besos con esos labios gruesos. El problema es que ellos no tenían entradas entonces no sabían si los iban a dejar ingresar. Nosotras entramos sin saber qué pasaría. Si Segundo llegaba a entrar era muy probable que algo pase porque él ya sabía que yo estaba más que interesada en él. De repente estábamos bailando y los ví caminar a lo lejos. Mi corazón volvió a retumbar dentro de mi pecho. Tenía mucha emoción. Era la primera vez que lo veía vestido con jeans. La camperita deportiva era la misma, no se la había cambiado. Estaba muy lindo. Altísimo, hermoso. Se pusieron a bailar al lado nuestro. Bailábamos todos en grupo. Yo me lucí con los pasitos que había practicado durante la semana en casa frente al espejo. Pasaron una canción con la que unas amigas nos cargaban a él a y a mí: “Todos a bailar el baile del pimpollo, el baile del pimpollo!”. Después unos chicos sacaron a bailar a mis amigas y ellas se separaron del grupo. Todos le hacían caras para que me saque a bailar. Él estaba muy tímido. Yo también. Pero era tanto lo que me gustaba él que me había vuelto valiente. Quería bailar con él y que me diera un beso. Finalmente me sacó a bailar. Bailamos un montón de cumbias. Todas iguales, bastante duritos, haciendo siempre el mismo paso. Tal es así que uno de los chicos de tercer año que le insistía para que pasara algo le dijo al oído que íbamos a hacer un agujero en el piso si seguíamos así. Al final paró de bailar, me tomó de las manos bajó la cabeza hasta mi oído y me dijo “Lucía, me volvés loco, a vos te pasa algo conmigo? Apenas atiné a responderle un sí finito me encajó un beso precioso. El segundo beso que yo le daba a un chico en mi vida. No sé qué número sería el de él. Al final pude develar la intriga que teníamos con mis amigas ya que besaba muy bien. Era muy dulce y yo sentía que tocaba el cielo con las manos. El me gustaba hacía mucho tiempo y era la primera vez que “se me daba” con alguien que me gustaba desde antes. Luego nos sentamos en el boliche y hablamos de cómo se habían dado las cosas. Que a él le daba miedo hablarme porque pensaba que mi amigo le había mentido, que “lo había mandado al muere”. Nos dimos más besos. A todo esto estaba Cachito que oficiaba de amigo de él y de compañero mío y también de alguien que una vez había gustado de mí pero que ya no. Nos despedimos en la puerta del boliche, Segundo me dio varios besos que ninguno de los dos queríamos terminar. Volví a mi casa a dormir con mis amigas. Acostadas en los colchones sobre el piso casi no dormimos recordando aquella hermosa noche. Y sí, les dije que los besos de Segundo eran maravillosos.

Después de ese día, el lunes nos encontramos en el colegio. Yo no sabía como saludarlo. Me daba mucha vergüenza saludarlo delante de todos nuestros amigos. El estaba dormido sobre un banco porque había ido a otra fiesta. Al lado estaban nuestros amigos y lo cargaban porque se sentía mal porque había tomado mucho en esa fiesta de egresados que había ido. Yo le acariciaba la mano y el pelo. No podía no hacerlo, era más fuerte que yo, era lo que me salía. Lo quería mucho. Le había tomado mucho cariño y ahora que había conseguido mi triunfo no lo quería desaprovechar tan fácilmente. A la salida de la escuela fuimos todos al parque a tomar algo y reunirnos como siempre solíamos hacer. Todos se fueron yendo de a poco y nos quedamos nosotros dos solos. Empezamos hablar de la fiesta a la que él había ido. Me contó que se había caído de la bicicleta del primo y que se había golpeado el codo, yo se lo acaricié. El arrimó la cara y me dio besos y otro más y otro más. Teníamos que irnos cada uno a su casa para almorzar. Nos despedimos en la esquina frente al parque donde no podíamos despegarnos. No queríamos, tampoco. Los besos de él me transportaban a otro planeta. Estaba hecha una boba enamorada. El tampoco quería despegarse. Pasó un camión y de adentro nos gritaron de todo, alguna guasada no recuerdo cuál, por suerte. Finalmente el me dijo que me acompañaba unas cuadras. En ese trayecto frenamos varias veces para besarnos. Sus besos eran irresistibles. No era una situación habitual estar con el chico del que estaba tan enamorada. Tenía que aprovechar. Me acompañó hasta la esquina de Ambrosetti y Aranguren. De ahí se iría caminado hasta su casa que era en Villa Luro Todo derecho por Aranguren, serían unas treinta cuadras. Él había optado por esa opción y yo se la respetaba con tal de tenerlo conmigo unos minutos más. Para mí haber caminado esas cuadras con él había sido un sueño hecho realidad. Para mí él era el más lindo de la escuela. Aquel que tanto me gustaba, del que todas gustaban. Aquel con quien me había costado tanto estar. Por todo eso lo valoraba el doble.

Fui a mi casa, llegué tardísimo a almorzar. Mi hermana me dijo de todo porque no sabía dónde estaba y yo me había llevado algo de ropa de ella, el walkman y no sé qué más. Le conté todo, se puso contenta. Pero nadie más que mi corazón y yo podíamos percibir y sentir la felicidad que experimentaba en es momento. Estudiar no me molestaba, preparar las materias para diciembre, tampoco. Mientras estudiaba pensaba en él y anotaba en mi escritorio con palitos la cantidad de besos que nos habíamos dado. Porque a esa edad todo es en números. Todo se contabiliza.

Nos vimos otras veces en la escuela. Cuando lo veía, enseguida lo abrazaba; le daba un abrazo más que cariñoso que se fundía en un beso hermosísimo por parte de él. Por supuesto que él no demostraba el mismo entusiasmo que yo porque yo soy mujer y se me notaba más que estaba enamorada pero sí me demostraba su cariño y parecía ser una persona afectuosa. También nos vimos en cumpleaños y fiestas a las que nos invitaban a todos y nosotros siempre estábamos a un costado acaramelados y de vez en cuando nos integrábamos a las conversaciones. En muchas de esas reuniones estaba Cachito a quien Segundo una vez le dijo que no lo molestara, que no interrumpiera y me siguió dando besos. Yo me sentía una reina entregada al amor. No podía creer lo que estaba viviendo. Aparentemente Chachito ya no sentía nada por mí sino que gustaba de otra chica de nuestra división, una que era dark, se vestía toda de negro y escuchaba The Cure. Una noche fuimos a la casa de Cachito mis amigos, Segundo y yo. Y Segundo burlándose de Cachito le dijo que él era un perdedor porque al final no se había quedado conmigo. Yo me sentí mal por Cachito pero bueno, los chicos a esa edad son crueles.

Luego la relación se interrumpió por unos días porque Segundo me dejó de llamar y no nos vimos. Yo pensé que ya todo había terminado. Finalmente apareció en el cumpleaños que Cachito festejó en su casa. Ahí luego de un planteo y larga charla, nos reconciliamos. Era la última noche que nos veíamos. Al otro día los dos partiríamos de vacaciones. Yo iría a Brasil y él con toda su familia a Mar de Ajó. Pasaríamos un mes sin vernos. Para mí sería difícil pensar que él no estaría con ninguna otra chica por un mes.

Ese mes lo recordé cada día y siempre pensaba que estaría haciendo. Le escribí poemas y anotaba en mi diario cuánto lo quería. Lo recordé en Tandil y en Brasil. Esperé con ansias el día que él llegaría de la costa.

Ese día fui a un teléfono público con muchas monedas, muchas más de veinticinco y lo llamé. Me atendió el papá y me pasó con Segundo. Le dije si nos podíamos ver. Me dijo que no podía porque tenía profesora particular y al otro día también y que no lo dejaban salir. Yo le hice algún tipo de reclamo del tipo “no nos vimos por un mes” y que yo lo había extrañado. El me dijo “No nos vimos por un mes. Yo me di cuenta que para mí ya está”.

A mi se me rompió el corazón pero por otro lado era algo que suponía podía llegar a pasar. Yo me había inventado una novela muy difícil de sostener a lo largo del tiempo y que no se correspondía con los hechos sino con mis deseos. Deseos de una niña adolescente. Al otro día me iba de vacaciones con mis amigas a Córdoba. Las chicas me presentaban candidatos pero yo no hacía más que llorar por él. Yo lo quería a él. Pero él no estaba allí. Cuando volví de las vacaciones me preocupaba el hecho de volver a la escuela y verlo. Me preocupaba como tenía que reaccionar. Cómo tenía que saludarlo. Cómo iba a reaccionar él. Si me saludaría, si iba a hacer como si nada.

Llegó la fecha en la que debíamos anotarnos en quinto año en la escuela. Yo iba con mis amigas y antes de cruzar la calle una de ellas me dijo “¿Ese no es Guido?”. Miré bien y me di cuenta que no sólo era Guido sino que estaba besando una chica en la puerta de la escuela. Fue como un puñal en medio de mi pecho. Respiré hondo y crucé la calle. Tuve que pasar por al lado de esa escena nefasta. Luego de inscribirnos fui a mi casa, me senté en el sillón y lloré muchísimo mientras le preguntaba a Dios por qué me había hecho eso, por qué me hacía sufrir. Por qué. Ésa era mi pregunta. Por qué.

En marzo comenzaron las clases. Él se sentó en una punta del aula y yo en la otra. Tener que verlo todos los días se me hacía insostenible. Teníamos el grupo de amigos en común, eso era aun más incómodo. Cuando pasaba por al lado de ellos lo saludaba. Él nunca se acercaba a saludarme. Luego, Segundo comenzó a juntarse con otros chicos que lo llevaban por mal camino. Dejó de ocuparse de las tareas del colegio y comenzó a faltar muy seguido. Así y todo, coincidíamos en algunos lugares: en las reuniones a la salida del colegio, cumpleaños y fiestas. Cada una de ellas me resultaba un esfuerzo enorme, tener que verlo y que ya no esté conmigo. Que esté con otras chicas o yo me entere que había estado. Igualmente, siempre iba porque siempre tenía la esperanza de que algo pasaría. Siempre. Por todo un año tuve esa esperanza. Y me la pasé esperando algo que no llegaba. Pasó mi fiesta de egresados en la que el se tranzó una chica de otra división que estaba enamoradísima de él hacía muchísimo tiempo. Luego llegó la fiesta de egresados de otra división a la que también todos fuimos. Él estuvo toda la noche con esa chica y yo me reencontré con un chico que me gustaba hacía un montón pero que había visto una sola vez. Nos reencontramos con Gerard, nos besamos y nos pusimos a salir. Un poco lo hice para sobreponerme de lo doloroso que era para mí ver a Segundo con otra chica. También por el hecho de saber que ya lo había esperado todo un año y que nada pasaría y también por despecho, claro.

A la salida de la fiesta lo ví pero por supuesto no le hablé. Yo ya estaba en otra historia. Me sentía bien, mucho mejor. Mis amigas estaban tan o más contentas que yo.

Los días siguientes seguí saliendo con Gerard. Realmente era muy dulce y me sentía bien con él. Ya no quería saber nada con Segundo. Había sucedido tal cual el dicho “Un clavo saca a otro clavo”.

Llegó la navidad. Después de las doce nos reunimos en la casa de Ernesto porque no estaban los viejos. Segundo también había ido. En un momento yo me quedé sola en la cocina y Segundo me vino a hablar. Me dijo que era muy linda; que por favor lo perdonara; que se sentía totalmente arrepentido de lo que me había hecho; que era un boludo y que lo había hecho porque en ese momento estaba en la pavada pero que para él yo era muy linda y que era la chica con la que quería estar. Yo le dije que tenía novio y que no quería saber nada con nadie más. Volví a mi casa muy contenta a mi casa. Realmente no lo podía creer. Era lo que había esperado un año entero. Justo en ese momento me tenía que pasar ¡Justo cuando estaba de novia y bien con otro chico!

Quedamos en que hablaríamos por teléfono. Me llamó a los pocos días para vernos. Mis amigos se enteraron y estaban todos enojados. Mis amigas estaban contentas como yo. Yo en realidad estaba desconcertada. Sabía lo que quería hacer pero no sabía si me iba a salir bien o qué iba a pasar. Tampoco quería engañar a Gerard.

Me llamó y fui a su casa al salir de una reunión en el centro. Lo pasé a buscar yo por su casa porque sino su mamá no lo dejaría salir ya que debía rendir muchas materias en diciembre. Fuimos a un bar a tomar una cerveza. Nos quedamos hasta que cerró el bar. Luego fuimos a un kiosco a comprar cervezas. Tomamos dos más. Terminamos borrachos hablando de nuestras cosas, de nuestra vida, que pensábamos hacer, estudiar, y también de las vacaciones ya que él se iría con todos los chicos a Mar de Ajó.. Él me dijo muchos piropos e intentó darme besos que yo esquivé. Luego me dijo si quería pasar a la casa. Eran como las tres de la mañana. Antes de entrar se me acercó para darme un beso. Yo le dije “No, Segundo, tengo novio”. Pero me lo dio igual y esta vez yo accedí.

Entramos a la casa. La hermana estaba mirando televisión en el comedor diario. Seguimos de largo. Fuimos a su habitación. Ahí me mostró las entradas a recitales, algunas fotos y cosas personales. Nos sentamos sobre la cama. Me dio más besos. Hablamos bastante. Yo estaba enamorada pero no totalmente entregada como hacía un año atrás. Ya sabía que él podía volver a traicionarme. Cuando miré la hora eran las cuatro de la mañana. Le dije que debía irme. Me acompañó hasta la parada del colectivo y regresé a mi casa. Estaba muy feliz. Pensé que podía entregarle una carpeta que contenía montones de poemas y cartas que le había dedicado. Sí. Quería dársela la próxima vez que lo viera. Volvimos a vernos el 31 de diciembre. El mismo día que me reuniría con mi familia para celebrar año nuevo. Ese mismo día había tenido dos despedidas. Una con mis amigas y otra con Gerard. Porque el 1º d enero me iba a Inglaterra a estudiar inglés. Nos encontramos cerca de mi casa y fuimos al parque Centenario. Le di la carpeta pero le dije que leyera todo después, cuando estuviera solo. Ese encuentro no me gustó mucho. Primero porque sentía que lo engañaba todavía más a Gerard porque veía a los dos el mismo día y segundo porque él estaba en muy mal ambiente. Me contó que se había peleado con los padres, que se había ido de la casa. Pasó año nuevo y me fui a Inglaterra. Allá pensé en Segundo y en Gerard los primeros días pero luego de cinco días me olvidé de ellos, de mi familia, de mi país y disfruté muchísimo el viaje con las personas que tenía al lado. Allá había muchas oportunidades para aprovechar. Igual a todos les dije que tenía novio, por Gerard, y si bien tuve propuestas no estuve con ningún chico.

Cuando volví de Inglaterra Segundo me llamó para vernos y porque necesitaba la carpeta de Geografía. Nos volvimos a encontrar cerca de su casa. Fue una salida parecida. Tomamos cerveza, nos emborrachamos y nos dimos algunos besos. Quedamos en hablarnos y me acompañó hasta la parada del colectivo. Los días pasaron y él no me llamó. Finalmente lo llamé yo. El no demostró ningún interés. Me dijo que no podía salir, que no lo dejaban porque tenía que estudiar para rendir las materias de marzo. Yo, enojada, le corté y no lo ví más hasta pasados unos cinco meses. Si bien la mayoría habíamos empezado el CBC o distintas carreras, me lo crucé en algunos cumpleaños o reuniones. Siempre era muy incómodo. Yo con un grupo y él con otro. Yo me enteraba de cosas que me hacían doler, que el salía con una, con otra. Finalmente decidí acabar con todo eso y me puse de novia con el hermano de una amiga. Ahí comenzó mi felicidad. Todo cambió. Por primera vez había conocido a alguien que me valoraba y respetaba por lo que yo era, al que no tenía que estar persiguiendo para vernos ni para que me llamara. A Segundo lo seguía viendo pero realmente ya no era lo mismo. Yo ya tenía mi noviazgo armado y estaba muy conforme con él. Luego de un año me llamó. Dijo que quería verme. Yo le dije que tenía novio que no quería y que me parecía desubicado de su parte hacer eso, después de todo lo que había pasado. El se ofendió y me cortó. Yo me sentía muy confundida. Realmente me había desconcertado que haya aparecido. Hasta me había hecho dudar de mis sentimientos por el novio que yo tenía en ese momento. Al final opté por mi novio y desde ahí en adelante no supe nunca más nada de Segundo.

Año 2009, habían pasado diez años de nuestro egreso del colegio secundario y aproximadamente lo mismo desde la última vez que sabía algo de él. Una mañana estoy chateando con una muy amiga mía, Virginia que me pregunta “¿De dónde lo conocés a Segundo Carranza? Lo ví entre tus amigos del Facebook. Es mi compañero de trabajo desde hace tres años. Yo me quedé paralizada. No podía creerlo. Lo peor era que yo había ido al trabajo de Vir en una oportunidad. Y ahora resultaba ser que era su compañero. Paralelamente unos compañeros de la escuela habían organizado una reunión de reencuentro con los chicos del secundario. Sería dentro de un mes. Segundo ya no me importaba en lo más mínimo. Era aparte del pasado y de esos momentos en los que mi corazón era ablandito y se derretía ante cualquier fueguito. Ahora estaba más fuerte y firme y así se mantendría al verlo luego de tantos años. En realidad me importaba la historia pasada que había tenido con él pero lo vería a él como un compañero más; como alguien bueno pero que ya no significaba nada más que una historia del pasado para mí. Segundo fuiste mi segundo beso, mi segundo noviecito y si bien la historia contigo no duró un segundo creo que ni por un segundo más podría pensar en ti.

Y que la vida es bella


Y que la vida es bella y qué te puedo decir. Que camino como volando por la espuma del piso y que no es agua pero así me deslizo

Y qué no sé lo que te escribo

No sé si aprendí porque no sé si estudié pero desde ayer tengo los ojos llenos de lágrimas pero es de alegría

Como si me hubieras transmitido la sensibilidad que trajiste y me la dejaste aquí dentro y ahora cómo hago para sacármela. Igual, no sé si quiero porque me gusta esta sensación de remolino en el pecho en el que soy sensible como siempre lo soy. Y que la vida es bella, qué te puedo decir, que no tengo motivos para no ser feliz…

El vecino

Lo conoció cuando tenía trece años, paseando al perro. Ella, un cocker negro, él, un golden. Ella vestía el equipo de gimnasia del colegio. Él volvía del parque y ella iba.

Él se le acercó a hablar porque ya sabía su nombre. Hablaron de los perros. Él se despidió con un beso. Ella se quedó paralizada. La situación fue un tanto extraña y él era muy lindo.

A la semana siguiente, cuando ella daba la vuelta manzana con Chuki, el cocker spaniel, él estaba sentado en el umbral de una puerta con todos sus amigos y cuando la vio pasar le dijo “Esperanza, cada día más hermosa”. Ella miró para abajo, se sonrió y caminó más rápido hasta desaparecer a la vuelta de la esquina.

A los pocos días sucedió algo parecido pero al dar la vuelta en la esquina se dio cuenta que él la estaba siguiendo. Se acercó trotando y le dijo “¿Cuándo me vas a aceptar una invitación para salir?” A ella le dio mucha vergüenza, le dijo que más adelante.

Le contó a sus amigas del colegio lo que le había pasado con “su vecino”. Todas quedaron asombradas con la historia. Un mediodía ella iba a su casa a almorzar con una amiga y lo vio esperando un colectivo en la esquina. Empezó a codear a su amiga diciéndole que ése era su famoso vecino. Como ella no lo veía, las señales fueron más evidentes, hasta que al final cuando su amiga lo identificó, él las había visto en esa pose de espías, paradas detrás de un poste de cable visión y les hizo una cara como diciendo “sí, soy yo”. Ellas se empezaron a reír y de la vergüenza, salieron corriendo. Al otro día, Esperanza encontró de nuevo a su vecino, Santiago. Él le dijo “me estaban delirando con tu amiga”. Ella le respondió que sí pero al otro día tuvo que interrogar a sus compañeros de colegio para saber qué significaba “delirando”.

Así pasaron los años. Ellos dos se cruzaban por la calle. Ella lo veía y de la vergüenza, cruzaba. Tironeaba a su perro de la correa y lo arrastraba para retroceder o cruzar la calle. En una oportunidad, se cruzaron por la calle y como los dos estaban paseando al perro, él la invitó a ir al parque. Fueron juntos y se sentaron a charlar en un banco. Ella ya tenía catorce años, él, veinte. Había estudiado veterinaria porque le gustaba mucho el campo y los caballos y se había cambiado a abogacía porque era hijo de un juez. Ella estaba en segundo año del colegio secundario, vivía con su mamá que era administrativa y él, le parecía un poco hueco. Después de esa charla no se vieron más. Pasaron los años y él la siguió saludando y piropeando cada vez que la veía. Ella lo veía a la distancia y se escondía o cambiaba de camino.

Cuando Esperanza tenía diecisiete años y Santiago la cruzó por la calle, él la paró y le pidió el teléfono para invitarla a salir. Ella se lo dio sin ningún tipo de compromiso. Así como se lo dio, se olvidó porque en ese momento le gustaba un compañero de escuela. Un mediodía ella estaba almorzando con una amiga en su casa y él la llamó para invitarla a salir. Ella no sabía qué hacer, presionó el botón de mute y le preguntó a su amiga qué le decía. La verdad es que no tenía ganas de salir con él porque era mucho más grande que ella y además a ella ahora le gustaba Gustavito y tal vez se ponía de novia con Gustavito. Siguió los consejos de su amiga que estaba cocinando las salchichas con puré chef y al sacar el mute le dijo que en realidad ahora “estaba saliendo” con un compañero de colegio y no quería estropearlo todo ya que recién comenzaban a salir. Él respondió un poco ofendido pero la entendió.

Pasaron los años, ella lo vio con chicas y a su vez ella tuvo dos novios con quienes pasó por delante de él con gusto, como si disfrutara su sufrimiento. De más grande, cuando Esperanza paseaba por el parque, varias veces, vio el auto de él un descapotable rojo estacionado en las calles cortadas del parque, y Santiago siempre estaba con alguna mujer.

Por muchos años no se vieron más. Los dos estaban estudiando y trabajando. A lo sumo, Esperanza veía el auto de Santiago estacionado en la entrada de su casa o lo veía pasar en el auto a lo lejos, pero nada más. Siempre con su auto rojo, con o sin techo.

Cuando ella tenía veintiséis años y el treinta y dos se volvieron a encontrar. Estaban distintos, muy distintos. No sólo en el aspecto físico, sino en la forma de ser. Esperanza ya no era tan tímida y era más desenvuelta. Cuando él le preguntó “¿Cuándo vas a salir conmigo?” ella le respondió “Cuando quieras”. Se dieron los celulares y finalmente él la llamó para salir. La pasó a buscar en su auto rojo. Fueron a tomar una cerveza a un bar. Cuando regresaban, en el auto, Santiago le quiso dar un beso pero ella no se lo permitió. Estaba arruinando la hermosa salida que habían tenido, en la que habían compartido anécdotas del pasado, sus vidas presentes, sus planes para el futuro…

Al otro día, él le mandó mensajes de texto y la llamó porque la quería ver otra vez. Le dijo que estaba enamorado de ella. Ella le dijo que era mejor que vayan despacio. Al otro día, Santiago la invitó para ir juntos al campo, ella no quiso. Realmente él quería llevar las cosas demasiado lejos y a Esperanza ya no le estaba gustando. A pesar de ello, la pasó a visitar por la puerta, antes de ir al campo. Le quiso dar otro beso y ella tampoco quiso. En la semana hablaron por teléfono y se dieron cuenta que entre ellos las cosas no funcionarían ya que él quería una cosa y ella otra. Los dos querían cosas muy distintas. No se hablaron ni se vieron más.

Al año siguiente, la mamá de Esperanza le contó que lo vio a él por la calle pero que en cuanto la vio, se dio media vuelta y caminó en la dirección contraria. Llegaron a la deducción que él se sentiría culpable por lo que había sucedido el año pasado, entonces ella lo llamó a la casa pero no lo encontró y le dejó un mensaje en el contestador con su celular para que la llamara. A la semana, Santiago la llamó. Hablaron bastante y él la invitó a su casa. No bien entraron, el le quiso dar un beso, ella se negó pero luego accedió. La verdad es que Esperanza se sintió muy decepcionada. El beso que Santiago le había dado no era lo que ella esperaba. Parecía el beso de alguien ansioso que no sabía disfrutar de los distintos pasos que nos da la vida. Eran los besos de alguien que no le importa nada de vos en ese momento sino lo que podés llegar a darle luego. Algo que Esperanza no quería darle. Ni ahora ni luego. No quería dárselo a cualquiera que no sea su amor para toda la vida y para toda la eternidad. Santiago estaba muy lejos de serlo. Tampoco quería serlo. Santiago no quería mucho más que algo pasajero. Esperanza se dio cuenta, tal vez un poco tarde ya que no tendría que haber ido a su casa porque él no cambiaría de un año al otro. Discutieron en malos términos. Esperanza volvió a su casa ofendida.

Hace unos días lo volvió a cruzar por la calle. Ella iba con su mamá. Esperanza quiso caminar más rápido porque él iba detrás hablando por celular como siempre lo hacía. Su mamá no quiso. Escucharon que dijo “ya voy para allá” y cortó. Entonces, él pasó delante de ellas, por el costado del lado de la calle, ligero, mirando para abajo y sin saludar. Mientras, ellas conversaban como si no lo hubieran visto. Esperanza se sonrió y la miró a su mamá. Cruzaron la calle y mientras Esperanza lo insultaba por lo bajo, llegando a su casa vieron salir de la casa de al lado a Segundo. Iba con el paso pausado y tranquilo y con el bolso de golf a cuestas, iría al club. Algo resonó dentro de Esperanza, quien se dio cuenta que cuando una puerta se cierra, otra se abre.

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Cuando viajo en el colectivo 92 estoy tranquila porque sé que aunque tarda aproximadamente una hora en llegar a destino, me deja en la esquina del Lenguas Vivas. Justo en frente del “Rulero”, en Libertador y Carlos Pellegrini. Cuando viajo parada es porque el colectivo está tan lleno que sólo puedo alejarme medio metro de la máquina expendedora de boletos. Esa es la peor parte porque toda la gente intenta pasar por aquel embudo humano y yo corro mi bolso con cuadernos y apuntes y por no estorbar al que intenta pasar, golpeo al que está sentado que si es viejo tose y mira con mala cara. Otras veces, el 92 va casi vacío, con asientos para elegir. En esas ocasiones, me siento desplomando todo mi peso sobre el asiento y sin mirar quién está al lado saco entusiasmada un apunte que tengo que leer para la clase siguiente del Lenguas. Me es muy difícil concentrarme, por eso por lo general subrayo con un lápiz, que como en el asiento no puedo apoyar, lo sostengo con la boca. Es difícil concentrarse en el colectivo, muchas de las palabras que voy leyendo se van entremezclando con aquellas de los diálogos de celular de los demás pasajeros que hablan con su jefe, con su mamá, con su novio y quién sabe con quién…

El mejor lugar que te puede tocar en el colectivo es el del asiento del fondo, el de la punta, el que está al lado de la ventanilla. Y si es día soleado, la abro y apoyo el codo en el borde y no paro de mirar el paisaje. El que más me gusta es el de la calle Billinghurst porque me hace acordar a una primavera en la que daba clases particulares por allí. Un viaje me tocó esa ubicación desde el principio hasta el final y a lo largo de todo el trayecto vi a dos ex novios yendo a trabajar. A uno por Villa Crespo y a otro por Barrio Norte. Fue atípico. Pero son esas cosas que pasan en Buenos Aires, donde pensamos que nunca nos vemos pero a la vez todos nos podemos ver con todos con sólo mirar por la ventanilla. Para completar ese tipo de viaje placentero, algunas veces me pongo los auriculares en el celular y escucho la radio los 40 Principales. Escucho las canciones románticas y con el alma llena de alegría canto por dentro cada una. Como si me las dedicaran a mí, o como si se las dedicara yo a alguien. Algunas veces lo hago para evadir el clima del colectivo, las malas caras, las caras de preocupación, las quejas, las conversaciones ajenas que no me interesan…Pero siempre porque me gusta mucho la música.

Cuando dobla en Libertador ya estoy más alerta y leo más rápido o miro la calle con más atención. Es mi radar interno que me dice “Falta poco”. Más alerta cuando pasa el Patio Bullrich: sólo falta una parada. Cruza el puente, me paro y toco el timbre. Me bajo en la esquina y comienzo a caminar por Carlos Pellegrini, paso por el “Rulero”, por ese vértice donde los escalones de la entrada se unen con el borde del jardín del frente. Y subo. Sí, subo por Carlos Pellegrini porque es una calle en subida. Me contó mi papá que allí había un pasaje llamado Seaver que demolieron cuando extendieron la Av. 9 de Julio, el más parisino de Buenos Aires, que terminaba en un “cul de sac”, donde vivía y frecuentaba gran parte de la bohemia porteña sobre todo los del Di Tella. Trato de imaginármelo y pienso en París y me emociona pensar que algún día voy a volver y me voy a quedar mucho tiempo. Paso por el quiosco de diarios donde siempre miro de refilón los libros viejos que tiene y que nunca me interesan. Me llama la atención el dibujo pintado que tiene de Ferro en una de las chapas del quiosco. Sigo caminando, miro los árboles alineados que están en el borde de la calle. Que hace un año noté que tienen tallada una cruz cada uno. Como si estuviera haciendo un vía crucis o algo así. Paso por una serie de casas antiguas a las que no les presto mucha atención. Solo a una escalerita que va hacia abajo y me pregunto hacia dónde irá pero nunca me detengo a aclarar mi duda. Por un edificio imponente con balcones de granito, rodeado por un jardín y enredaderas y sueño con que estoy en Italia, hasta que al final subo algunos escaloncitos, cruzo la gente que fuma afuera y entro al Lenguas.